viernes, 10 de junio de 2011

LOS ICONOS. Un camino en mi experiencia personal

     Ante la complejidad de todo lo que captan nuestros sentidos nuestra mente se esfuerza por comprender asociando, clasificando, ordenando, pero "el Espíritu sopla donde quiere..."(Jn.3,8) y no se pone al alcance de nuestras definiciones. Algo así sucede cuando nos encontramos ante un icono, si lo asociamos a una época o lugar nos resulta ajeno a nuestra sensibilidad latinoamericana y anacrónico. Mencionar sólo estas dos razones bastarían para devolverlos al mundo bizantino, aunque seguramente encontremos más de dos razones para evitarlos.

     Mi primer encuentro con un icono fue de rechazo absoluto debido a mi incomprensión de la simbología y su perspectiva invertida que me llevaban a pensar que se trataba de imágenes defectuosas. Fue un ermitaño el primero quien me interpretó su significado y espiritualidad. Por ese tiempo yo buscaba integrar la dimensión apostólica y contemplativa y ese espacio de oración me puso en contacto con la "Oración incesante de Jesús" tan arraigada en la Iglesia de Oriente, cuna de los iconos.  



     Numerosas anécdotas que me relacionaron al mundo del icono sucedieron en esos años. También recuerdo que, en uno de los Cuadernos Monásticos que un monje me había prestado, encontré el nexo tan deseado entre la espiritualidad del desierto y la Congregacional. "La espiritualidad del corazón" encendida en la experiencia de San Juan Eudes por su personal experiencia contemplativa-misionera estaba interpretada por este autor como nexo entre la experiencia de los hombres del desierto y los contemplativos de nuestro siglo, "sedientos de aguas tranquilas" (Sal. 23, 2-3) que en medio de nuestras ciudades afrontan el desafío de "permanecer en el amor de Jesús" (Jn 15, 4ss). Este artículo, que lamento no tener conmigo para poder citarlo, me dio confianza para hacer un itinerario en este sentido. Ciertamente el mensaje insistente de Juan Eudes gira en torno a pensamientos como este: "Con estas prácticas y frencuentes elevaciones de tu espíritu y de tu corazón a Dios, toda tu vida pertenecerá a Jesús, a El glorificarás en todas tus acciones, caminarás contínuamente en su presencia... porque se trata de vivir en constante amor a El" (EUDES, J.; Vida y Reino de Jesús, cap. VI).





     "Cuarenta llamas de amor al Corazón de Jesús" (cfr. EUDES, J.; "El Divino Corazón de Jesús", Cap.XX) es una expresión en consonancia con la espiritualidad de los primeros monjes quienes, en la jaculatoria "Señor Jesús, Hijo del Dios vivo, ten piedad de mi", pretendían avivar el calor del corazón y mantenerse ante la presencia contínua y amorosa del Señor. La espiritualidad ortodoxa pone a nuestro alcance una bibliografía que conmueve especialmente a muchos laicos de nuestro tiempo. Algunos grupos prefieren el término "mantra" que ayuda más a un diálogo interreligioso; sean los caminos que sean, la expresión artística acorde a esta espiritualidad parece plasmarse en los iconos, y hay numerosas razones para que así sea, no las menciono aquí para no extenderme. En los iconos lo ecuménico viene sólo, pues en los talleres hay una participación de diferentes Iglesias. Esto también me recuerda a Jn. 10,16: "Tengo otras ovejas que no son de este redil... y así habrá un solo rebaño y un solo Pastor".






     El trabajo en cada uno de los iconos me enseña que el tiempo y resultados no cuentan. El ambiente que el mismo trabajo requiere convierte la acción en una liturgia sin dejar de ser también una actividad pastoral, no sólo por el alcance de la plegaria sino también porque sabemos que esa imagen será Presencia de Dios en medio de su pueblo, espacio donde la devoción humilde hará un alto y elevará el corazón. Un icono anuncia el Evangelio o algún relato bíblico, o tal vez la vida de un santo, narrándolo en colores. Los santos Cirilo y Metodio son un ejemplo de evangelización desde la Palabra de Dios proclamada también por la imagen sagrada.



     Si alguna vez se tiene la oportunidad de ver "escribir" un icono, maravillará ver su proceso inverso al de otras obras: los claros no son resaltados por la sombra que ayuda a emerger la figura para que aparezcan las partes prominentes, sino que la figura se inicia desde el tono más oscuro para transitar un itinerario hacia la luz, y progresivamente se irán aplicando ocres y tonos claros hasta alcanzar el punto máximo de luz en el blanco. Maravilla encontrar ese proceso plasmado en la vida de cada persona, también "llamada a salir de las tinieblas y entrar en una Luz maravillosa" (I Pe. 2,9). El iconógrafo igual que el escultor, debe desentrañar una imagen oculta. La verdadera imagen se oculta en la materia sobre la que se trabaja... Esto también me conecta con el carisma congregacional: una inexplicable certeza de que la belleza de cada ser humano se encuentra oculta. Belleza que responde a la mano de Dios en cada ser humano; belleza circunstancialmente oscurecida o dañada, pero posible siempre de ser descubierta y potenciada. Tener esta mirada hacia las personas más heridas, aparentemente oscurecidas, es proclamar su valor indiscutible inseparable del misterio Pascual.



Hna. Angelo  rbp.

Fotos:
(1) Ermita Nstrra. Sra. de la Paz, La Silleta, Argentina.
(2) Icono de San Juan Eudes, realizado por el Carmelo de la Theotokos, Líbano.
(3) a. Junto al Equipo coordinador nacional de CMMC.
     b. Retiro de la Comunidad Mundial para la Meditación Cristiana (CMMC) con el P. Freeman.
(4) Icono antigüo, original de Constantinopla, perteneciente a la sra. Ana Maluck, Córdoba.
(5) Virgen de Korsum, efectos blanco y negro.


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