BAUTISMO DEL SEÑOR
El texto del monje alemán Alsem Grüm que sigue a esta
reflexión y nos habla de madurez,
incluye también la descripción de lo que se comprende por madurez espiritual.
La liturgia insiste sobre la madurez de los tiempos a través de este y otros textos Sagrados:
“Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo…” (Gal. 4,4-5) es decir,
cuando el tiempo estaba maduro. En lo referente al proceso personal de ese Niño
llamado Jesús también tuvo que darse un tiempo para alcanzar la madurez que
requería su misión. Releamos al profeta Isaías (Is. 42,2-4.6-7).
Aunque es
propio de la Cristología
y de los teólogos iluminarnos sobre esta unión de dos naturalezas sabemos que el
Verbo de Dios, pleno en su divinidad, vive y desarrolla una vida humana en
crecimiento y madurez paulatino. Esto nos basta para ayudarnos a situar el
Bautismo del Señor Jesús como el momento decisivo para su vida, la madurez del
tiempo personal del Señor se expresa en el acontecimiento que hoy celebramos.
Mediante un rito público queda de manifiesto un antes
y un después diferenciables, al igual que el matrimonio, los votos religiosos o
el orden sagrado dicen un antes y un después en la vida de las personas y ante
la sociedad. De Jesús sabemos de un antes:
que se deduce, pero que podemos ubicar en Nazareth, una vida de trabajo y de
piedad en la Sinagoga ,
una vida en contacto con las circunstancias reales que atravesaba la época, la
pobreza de un pueblo sometido a los tributos con las consecuentes dificultades
para vivir dignamente, esto en contraste con las posibilidades de la corte y de
unos pocos; tampoco escapaban de su observación la fe, la fe sencilla de los
humildes y la de los representantes del ámbito religioso, centrada en el Templo
y en una ley vacía, muchas veces, de misericordia. Nada de esto era ignorado
por Jesús, y podemos hacer esta afirmación porque ubicamos varios de sus
discursos denunciando estas injusticias y porque El conocía bien la palabra de
los Profetas. Todo esto era contemplado en la vida ordinaria mientras su misión
maduraba. Y después: sabemos que fue
conducido por el Espíritu al desierto y para comenzar su predicación, misión
que deja a la luz el deseo del Padre para complacerse en todos sus hijos. (cfr.
FRANCISCO Pp; Evangelii Gaudium, cap.IV, 187; 2013) Así, “ungido por el Espíritu, pasó haciendo el bien y sanando…” ( Hc.
10,38).
Jesús comprende el
sentido de su vida, El sabe para qué
y para Quién trabaja, conoce para
quiénes vino a este mundo, para los que sufren todo tipo de desventaja. Tal
vez nos suceda que nos enredemos en
conflictos del pasado con preguntas mal formuladas, “ ¿por qué…?” es una de
ellas. ¿Por qué tuvo que pasarme tal o cual cosa?. Por el contrario, el nuevo
Adán, como le llamaban los antiguos Padres de la Iglesia , nos muestra cómo
ser plenamente ser humanos, y nos da ejemplo presentándose a Juan para dar un
paso abierto a un futuro incierto y abandonado en las manos del Padre. Su
mirada al futuro no es obsesiva o ansiosa, a cada momento su propio afán
–predicará después- “ahora es justo que
hagamos esto, que cumplamos con lo que es justo (hoy)” (v.15)
El rito mismo realizado por Juan en el Jordán es una confirmación de su misión, Jesús tiene
la experiencia fundante de su vida, es “el amado del Padre”, y su decisión es
nutrida siempre en este amor, de hecho le vemos siempre equilibrando su
ministerio y sus relaciones mediante largas noches en oración. Su decisión es
agradable al Padre y El mismo experimenta esta complacencia, es bendecido por
Dios, su vida desde ahora tiene una dirección, una orientación sin retornos.
Fue tomada en la madurez humana y espiritual, y en el momento maduro expresado
por los signos de los tiempos.
Sería normal y conveniente que de esta Palabra nos
atraviesen preguntas relacionadas con el sentido de nuestra vida: ¿Para qué
hago lo que hago? ¿Hacia dónde se orientan estos esfuerzos? ¿Quién, quiénes
mueven los hilos de mi vida. La confirmación del Padre es de vital importancia
también para cada uno de nosotros, como lo fue para Jesús. No habrá ninguna
respuesta si no nos abrimos a Su Amor.
¿Es que puedo reconocer Su Amor en momentos concretos de mi vida?
¿Cuánto me gozo en su amorosa Presencia?
Y respecto a la orientación que le doy a mi vida ¿Cómo experimento la
mirada de Dios?
Jesús acudió a Juan, éste fue el mediador de ese momento de luz y
convicciones. ¿A quién acudo yo? ¿Me dejo acompañar en mi itinerario personal
para poder transitarlo en la dirección más apropiada?
Podemos rumiar estas preguntas, bueno sería volver sobre los textos de
la liturgia de este Domingo. Mejor aún si dedicamos un tiempo de la jornada a la
contemplación, a estar abandonados al Amor de Dios que nos acoge sin reproches,
que nos sostiene, y que será la fuente y la confirmación de nuestras mejores
decisiones. Te deseo un año orientado hacia esa Plenitud en el amor y la paz.
Adriana
Barone rbp.
Textos de la liturgia de este Domingo: Is. 42, 1-4.6-7 - Hch. 10,34-38 - Mateo 3, 13-17
REFLEXIÓN
RELACIONADA a la Palabra
de este Domingo, sobre la palabra madurez, tomada uno de los textos del
P. Alsem Grün:
“La
palabra madurez proviene de la
analogía con el desarrollo de un fruto. Madurar es un proceso de crecimiento.
Una fruta está
madura
cuando está en sazón, cuando presenta cuanta belleza encierra y ha llegado al
punto que se esperaba para poder aprovecharla de modo previsto. Madurez humana significa que un hombre
rinde, que se hacen visibles sus posibilidades y aptitudes, que ostenta el
juicio y aplomo propios de de la persona adulta, a la par que produce algún
fruto. Y la madurez se muestra también en ese saber conducirse adecuadamente,
saber tratar a los demás, colaborar y relacionarse con ellos, así como saber
descubrir el mundo y disfrutar de él. Lo decisivo para la madurez de un hombre
es que él se haya reconciliado con su vida y que sepa aceptarse tal como es.
Características de la madurez humana son la serenidad, la paz interior, la
vitalidad y la franqueza, la utilidad y la creatividad.
Madurar
en sentido espiritual quiere decir que uno procura realizar la imagen que
Dios tiene de él, que desarrolla su carácter y que busca llegar a ser esa
criatura que está prevista en el plan divino. Según santo Tomás de Aquino, cada
hombre es una expresión original de Dios. Hay algo divino que sólo puede ser
expresado a través de nosotros los hombres. La tierra sería más pobre si cada
uno de nosotros no reflejara a Dios de algún modo en este mundo. Romano
Guardini dijo una vez que cada hombre es una palabra que Dios ha pronunciado
sobre esa criatura singular. Y nuestra tarea consiste en que esta palabra
singular de Dios, que en nosotros se ha hecho carne, llegue a ser perceptible
en este mundo.
Para alcanzar la madurez espiritual he
de oír la voz de Dios en mí y, a través de ella, conocer la imagen que Dios
tiene de mí. Oiré también su voz en los “aullidos” de mis sentimientos y de mis
pensamientos, en mis pasiones y necesidades, en mis sueños de día y de noche,
en mis enfermedades, tensiones y dificultades. Dios me habla no sólo en la Sagrada Escritura
y la liturgia, sino a través de la realidad de mi cuerpo, de mi espíritu, de mi
mundo de trabajo y de las relaciones. Todo esto lo llamamos “espiritualidad
básica”, fundamental o realista, para distinguirla de esa otra que podríamos
llamar “espiritualidad idealista” por servirse sólo de ideales externos, como
podemos encontrarlos en la Biblia o en la tradición
eclesiástica o nos fueron propuestos por nuestros padres.”
A.
GRÜN, C. SANTORIUS; “Para gloria en el
cielo y testimonio en la tierra”, ed. Verbo Divino, España, 2001.
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